Los evangelios
sinópticos son una buena enseñanza dignificante para nuestra vida
cotidiana. Se sabe por fe que son escritos por personas inspiradas por Dios y
en constante peregrinación con la vida anunciada por Cristo signo de persona
para dignificar al hombre como tal. La persona
de Cristo, ciento por ciento divino pero dejando a un lado su divinidad, es
también humano ciento por ciento y que nos ayuda al crecimiento moral desde
nuestros actos, considerando a la persona digna por su vida misma; desde el
momento que nace, es digna, porque es creada a imagen y semejanza de Dios.
Las particularidades de cada persona son puestas en
práctica cuando se vive a conciencia de su persona, sabiendo que es capaz de
fortalecer lazos de confianza con su cuerpo mismo para saber qué posibilidades
y habilidades tiene para poder crear el bien a los demás. Comparamos nuestra
vida con la de Jesús, al margen que nuestra vida se complementa cuando vivimos
su Palabra, en búsqueda de esa plenitud y proyecto de vida que queremos.
Nuestra finalidad como persona se desglosa de la vivencia dignificante de
Cristo, haciendo el bien con los demás se comparte la dignidad brindada y
adquirida por Cristo.
El hombre que no conoce a Cristo o la vida ejemplar
de Cristo carece de especial principio de vida porque está ciego en hacer el
bien a los demás y nace en él mismo con ocasión a crear el egoísmo para su
formación vital. La necesidad tan grande que tiene el hombre en buscar a Jesús
es la similitud ejemplar de su vida, como es el caso de los apóstoles que
siguieron buscando la vida de Cristo en sus enseñanzas y vivencias: curando a
enfermos, sanando vidas, y dignificando la vida del pobre como lo hizo
Jesucristo con los demás.
Todo está en función de la persona. Desde sus
inicios hasta cuando ya madura porque tiene capacidad para trabajar su vida y
su inteligencia, por su naturaleza, hacia los demás sabiendo que es persona
igual que yo, por eso, no se queda estancado sino que sigue su camino hasta
conseguir la perfección de vida que es Cristo Jesús.
En la historia de la vida cristiana se ha reconocido
a Jesús como hijo del hombre e hijo de Dios. La historia de Jesús nace del amor
voluntarioso de Dios hacia la humanidad, a vista de la carencia que ha existido
en los demás. Con la ayuda de Jesús se reacomodan las puestas en prácticas para
los demás, fabricando principios, actitudes, con la imitación de los ejemplos
de Jesús que ve al Padre. Forte afirma: En la vida terrena de Jesús de Nazaret puede
reconocerse la revelación de la historia del Dios con nosotros, al mismo tiempo
que su resurrección nos lo manifiesta como Dios de la historia, redentor de
todo hombre en cada hombre. Cada acto de su existencia terrena, en cuanto
historia del Hijo que ha instalado sus tiendas en medio de nosotros, interesa
toda la vida trinitaria; es decir, implica una relación con el Padre en el
Espíritu Santo.
“El Padre y el Paráclito, no se han quedado como
espectadores ajenos a las obras y a los días del Verbo en la carne: ellos lo
viven con Él, cada uno según su relación específica, que lo caracteriza como
esa persona y no otra” (Forte, 2001). Es la ayuda del Espíritu Santo la que lo
motiva a seguir encontrando el camino de su Padre para hacer visible su
voluntad.
Según sus obras encontraremos el ejemplo vivo de su
Padre y son esas obras relacionándolas con nuestros trabajos cotidianas son las
que nos dignifica y estas obras nos pueden juzgar a una vida recta sin mancha
alguna en nuestras almas. Jesús hace referencia en sus bienaventuranzas (cf.
San Mt 5, 3-12) porque se da cuenta de las condiciones de su pueblo marginado
por las grandes ciudades de su región y son a través de esta gente que comienza
a proclamar el reino de su Padre: reino de justicia, paz, amor, solidaridad, y
son estos mismos los que Jesús apuesta por una vida digna para todos y al
servicio de todos.
En su Palabra podemos constatar lo que sucederá si
no la ponemos en práctica con los demás. Con su llegada triunfante separará los
corderos de los cabritos (cf. San Mt 25, 31-46), para diferenciarlos de sus
trabajos como buenos cristianos y cristianos no muy buenos. Por eso, seremos
juzgados por nuestros actos y nuestros actos en la vida nos delataran sin hacer
mayores esfuerzos en anunciarlos.
Nuestra vida debe de ir acorde a nuestras acciones.
Por eso, el ejemplo vivo de Jesús vale la vida practicarlo, porque el cambio
radical que obtiene se demuestra con el mejoramiento de la persona y su vida
será un reflejo vivo que demuestra que si existe Cristo en estos días de
penurias y desconciertos. Saber que nuestra vida vale oro en medio de tanto desperdicio
del mundo, que habiendo reconocido el
rostro de Cristo nos hace revivir una esperanza más a la vida, pero,
lamentablemente cada vez más se va apagando con la incoherencia de vida de
algunos que utilizan el disfraz de oveja para aparentar una vida religiosa muy
buena y llamativa que a la larga se hundirá en su infierno de por vida porque
estarán haciendo daño a los predilectos de Jesús, o sea, a los más pequeños
(cf. San Mateo 25, 40).
Finalmente, obrar con fe es seguir el ejemplo vivo
de Jesús aquí en la tierra, abriendo camino hacia un futuro mejor recompensado
con su Espíritu, que con otros medios de vida que solo asegurarán la muerte
corporal y espiritual y no la vida plena que brinda Jesús con sus mandatos de
vida y amor, vida en plenitud, o sea, vida eterna, en su palacio de amor
sobrenatural, cara a cara con Dios nuestro Padre celestial.